miércoles, 28 de octubre de 2009

Princesas

De pronto te das cuenta de que te quedas mirándola cuando habla con otro. Y no te hace gracia. Recapitulas. Recuerdas que la otra noche no te dormías pensando en ella. Que esta misma mañana te levantaste pensando en ella. Estabas impaciente antes de encontrarte con ella. Y más aún, te sentiste dichoso cuando la hiciste reír. E intentaste hacer que eso volviera a suceder, una y otra vez. Y vuelves al presente, realmente te inquieta que ella hable con otro, y sientes alivio cuando se separan. Entonces, te das cuenta de que eso no es nuevo para ti. En realidad, te has convertido en una pequeño experto en negarte tus sentimientos. como absurdo mecanismo de defensa. Maldito mecanismo que sólo retrasa lo inevitable. Finalmente lo aceptas. Pero intentas convencerte de que no es para tanto. De que es algo pasajero, algo que el tiempo curará. Pero luego no es así. Y dices, maldita sea., si el tiempo no lo cura estamos jodidos. Luego intentas buscar algo de complicidad en su mirada. Tus ganas, más que otra cosa, hacen que al principio la encuentres. Y vuelves a ilusionarte. Pero no es más que otro estúpido mecanismo de defensa, Vuelves a la realidad, En realidad, te cuesta distinguir entre lo que ella realmente siente, y lo que te gustaría que ella sintiese. Y sabes que eso no es buena señal. No puede serlo. La siguiente fase es convencerte de que la amistad debes conservarla, en realidad no quieres, sabes que no es suficiente, y que quizás te hará mas daño, pero, en el fondo, sientes que merece la pena, y no puedes perderla. Y entonces se acerca a otro chico, y te sigue inquietando. Descubres que la encuentras sospechosamente más atractiva que cuando la conociste. Y te resignas, Ya se pasará. No queda otra. Intentas motivarte, igual a la próxima va la vencida. Pero lo dudas. No puedes evitar recordar aquella canción que tantas noches maldeciste: "no quiero volver a hablar de princesas que buscan, tipos que coleccionar, a los pies de su cama..." Y recuerdas esa frase que alguien te dijo alguna vez: "sólo merece la pena entregarse a aquellas personas que están dispuestas a hacer lo propio contigo". Desgraciadamente escasean.

Pero la realidad es la que es y, por desgracia, es más grande aún la necesidad de dar cariño que la de recibirlo. Y no es nada fácil acertar.