lunes, 29 de octubre de 2007

Me gusta soñar, me gustas tú

Me gusta el olor a tierra mojada. Me gusta escuchar la tormenta desde el salón de casa. Me gusta pasear por Madrid oculto entre la multitud. Me gusta el café del Starbucks y la tarta de chocolate del Vips, sobre todo me gusta jugar con el cacao fundido. Me gusta asomarme a la ventana y observar a las masas siguiendo su camino, como hormigas de vuelta al hormiguero. Me gusta despertarme a media noche y comprobar que aún me quedan varias horas de sueño. Me gusta la leche calentita con miel que me prepara mi madre cuando estoy enfermo, y quedarme en la cama muy abrigado. Me gustan las conversaciones que se prolongan hasta altas horas de la mañana, y me gusta aliñarlas con maría. Me gusta tumbarme en la cama y escuchar a Andrés o a Jorge. Me gusta viajar, no solo físicamente. Me gusta leer un ratito antes de dormir, y sentir como el sueño se va apoderando de mí. Me gustan las cosas que me recuerdan a cuando era niño. Me gusta que la azafata del tren diga por megafonía que nos aproximamos a Córdoba, y me gusta llegar y ver a mi padre esperando en el andén. Me gusta coleccionar chapas y lucirlas en mi mochila. Me gusta la ducha de agua hirviendo al salir del gimnasio. Me gusta hacer que ella se ría. Me gusta su sonrisa y me gustan sus ojos. Me gusta el clima que se crea cuando todos los amigos vamos borrachos. Me gusta que la gente me diga que me echa de menos...





PD: idea original de "Bailando el Agua".

domingo, 21 de octubre de 2007

Un domingo cualquiera


Un domingo cualquiera me levanto tarde, para comer. Caliento al microondas la comida del día anterior y la engullo acompañándola con cantidades ingentes de agua. Me desplomo en el sofá y hago memoria de lo acontecido la noche anterior.Deambulo por el piso, perdiendo el tiempo, sumido en una sensación extraña que solo acierto a definir como melancolía. Se apodera de mi una vena existencialista que durante la semana se ha ido conformando pero que el estrés de la gran ciudad logra esconder, hasta que, precisamente un domingo cualquiera, se desborda sin control alguno. Y es que, desear que el futuro se encargue de sacarte de la asfixiante rutina, por sí solo, sin tu ayuda, es del todo iluso pero, a la vez, inevitable. Al menos en mi caso. Caprichos de la cronología-otros dirán que de la Creación-el domingo precede al lunes, y eso es ya demasiado. Afortunadamente, no todos los domingos son domingos cualquiera.

El destino, o más bien mi afición por la ciencia aplicada, me trajo a Madrid. Y después de que la noche madrileña me impidiera conocer el día, e intentando huir de la susodicha rutina, un domingo decidí madrugar y qué grata fue mi sorpresa. Un domingo cualquiera la ciudad que me acoge-capital del imperio-se pone sus mejores galas y se transforma. La gente se vuelve abierta, sosegada y servicial, se desprende del estrés que los martiriza de lunes a viernes y, para mi gozo, la mayoría se queda en casa, regalándonos a los osados madrugadores una tranquilidad digna de disfrutar. El Rastro, Lavapies, la Plaza Mayor o el increíblemente desierto Paseo de la Castellana son, para mi gusto, el mayor exponente de esto que les cuento. Si además la compañía es agradable, y sus ojos brillan hasta hacerte apartar la mirada, todo mejora sustancialmente. Aunque pensándolo bien, este último factor, por sí solo, hace que un domingo no sea otro día cualquiera.


Felizmente Madrid reserva muchas sorpresas a aquel que sepa buscarlas.

Sencillamente genial