Hay errores de muchos tipos: los que solo afectan a uno mismo y los que implican a los demás, los "pequeñitos" y las "cagadas monumentales", los que son fáciles de solucionar y los que son prácticamente imposibles de afrontar, etc. Pero sobre todos ellos hay uno que es, para mí, el más habitual, el más peligroso, el más difícil de evitar y por tanto de corregir, y lo que es peor, el más difícil de identificar. Me refiero a aquél consistente en depositar nuestras expectativas de felicidad en una persona distinta de nosotros mismos.
El caso es complejo, pues una vez confiada nuestra ilusión a esa persona estamos vendidos, aun cuando sea digna de tanta responsabilidad. La complejidad estriba, como ya digo, en que es algo que en un principio parece dar excelentes resultados: todos hemos experimentando en alguna ocasión una sensación de bienestar extremo estando acompañados de alguien especial. Tendemos entonces a cimentar nuestras satisfacciones entorno a ese individuo descuidando todo lo demás, y olvidando que el único que estará a nuestro lado siempre no es sino uno mismo. En efecto, las personas fluyen cual líquido ideal y corremos el riesgo de que con ellas se esfume toda la felicidad que les habíamos encomendado.
No quiere esto decir que debamos huir del amor, y mucho menos de la amistad, solo es necesario tener claro que lo que nos cueste hallar en nuestro interior no debe ser buscado-por fácil y rápido que en primera instancia resulte- en el exterior, pues solo nos conduce a engañarnos. Es más fructífero un proceso de reflexión personal y de búsqueda hacia dentro todo lo largo y arduo que sea necesario, porque este último, una vez superado con éxito, es para toda la vida.